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jueves, 10 de mayo de 2012

La madre de mi amigoLa madre de mi amigo





Me han considerado siempre un buen follador. Empecé tarde en comparación con mi grupo de amigos, que alardeaban desde hacía ya algunos años de follarse a las compañeras de clase. Yo me inicié en el mundo del sexo con la madre de mi mejor amigo, a los 18 años, y desde entonces lo que más me ha llamado la atención, lo que más morbo me ha provocado siempre, ha sido follar con mujeres prohibidas.
Como digo, empecé con Lucía, la madre de mi amigo Alberto, y amiga de toda la vida de mis padres. Ella siempre fue una mujer atractiva y sexi, que siempre me había llamado la atención. Un fin de semana de un caluroso verano que me quedé en su casa. Pasamos la mañana del sábado entre chapuzón y chapuzón, y después de comer me eché a ver la tele en el sofá del salón. Alberto subió a dormir la siesta, mientras Lucía arreglaba la cocina. El cansancio y el calor me venció y me quedé dormido. Al rato noté como alguien me acariciaba la polla suavemente. Abrí los ojos y no podía creer lo que allí estaba ocurriendo. La madre de Alberto estaba sentada en el filo del sofá haciéndome con su dedo índice señas para que permaneciera callado. Me percaté de que tenía una enorme erección que había hecho levantar mi bañador como si pareciese una tienda de campaña.
Su mano se metió por debajo del calzoncillo y la agarró firmemente. Yo no sabía cómo reaccionar, pero poco a poco me dejé llevar por una situación que me estaba causando un gran morbo. Lucía me sacó la polla de aquel ajustado bañador y se la metió en la boca.... Eso era una locura, y si bajaba Alberto? Sus carnosos labios chupaban mi glande suavemente, que salía de su boca empapado en su saliva, para volver a desaparecer en una boca caliente que me estaba provocando un placer hasta el momento desconocido.
 Al agacharse dejaba ver sus dos enormes tetas, que al bajar mientras se tragaba mi polla hasta el fondo, se posaban sobre mis muslos desnudos, sintiendo el calor que desprendían a través de una ligera blusa. Entre la mamada y la sensación de su cuerpo sobre el mío, no pude aguantar y me corrí entero en su boca, algo que me dio muy pudor, pero que al parece a Lucía le había encantado, a juzgar por el modo en que se relamía y seguía chupándome el capullo, que succionaba como si fuese un biberón.
 Del calentón que tenía, la polla ni se me bajó, seguía dura como al principio, lo que ella aprovechó para seguir dándome placer. Yo estaba cada vez más entregado a esa situación, y no quería desaprovechar una oportunidad como aquella, de perder mi virginidad. Me incorporé, sentándome en el sofá, y dirigí a Lucía sobre mí; parecía que lo tenía todo calculado. La muy perra iba sin bragas. Se puso a horcajadas sobre mí, y con su mano dirigió mi polla hasta su coño. Poco a poco se la fue introduciendo, haciéndola desaparecer entera dentro de él. Cerré los ojos y me concentré en aquella sensación, húmeda, mojada, caliente, que me provocaba la necesidad de hacer mover a aquella mujer más rápido sobre mí. Ella se dio cuenta, y enseguida empecé a sentir que su ritmo se iba acelerando. Subía y bajaba cada vez con más frecuencia. Nuestra respiración se hacía cara vez más rápida, casi sincronizada con nuestros movimientos. Sus tetas se movían delante de mi cara, lo que aproveche para agarrarlas por debajo de aquella camisa que aún permanecía sobre su cuerpo.
 Su volumen, sus pezones, los más grandes que yo había visto, me llevaron a querer contemplar a aquella madre sobre una mesa que había en el salón, desprenderla de toda la ropa y contemplarla mientras me la follaba. Me levanté del sofá llevándola suspendida sobre mi, y en la misma mesa donde un rato antes habíamos comido junto a su hijo, le quité aquella blusa y así pude contemplar aquel par de melones. Me la follé como si fuese la última vez que lo haría. Ella ahogaba sus gemidos, evitando despertar a Alberto, algo que hubiese sino nefasto.
 Mi ritmo no paraba de aumentar, haciendo que mi polla martilleara en el fondo de aquel jugoso coño abierto tenía entre mis piernas. Sus flujos calientes resbalaban por su coño, mojando la mesa sobre la que la tenía apoyada, y mojándome a mi; mis huevos rebotaban en su raja en cada embestida que le daba. La postura en la que la tenía parecía producirle mucho placer, cada vez le costaba más trabajo aguantarse; su cuerpo empezó a arquearse y de repente un alarido invadió el salón, seguido de una serie de espasmos intravaginales que me provocó la corrida más estupenda que nunca haya tenido... Me vacié entero dentro de ella, quién al darse cuenta me pegó un empujón sacándome de su interior.
 No hubo tiempo de reprimendas, ni de comentar la faena. Nos adecentamos y momentos después vimos a Alberto bajar por las escaleras, soñoliento. Un “quejido” le había sacado de su letargo. Me sentía raro. Por un lado estupendamente por haber follado por primera vez, por haber tenido esa experiencia, pero a la vez fatal por haberlo hecho con la madre de mi amigo, una mujer 24 años mayor que yo, que me había visto crecer.  


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